De la Herencia al Trauma: Reflexiones Intergeneracionales e Identitarias
“Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir.”
— José Saramago
Ah, el mes de la herencia… ¿Hispana? ¿Latina? ¿Latinx? ¿Latiné?
Confieso que fui ese profe de español que hacía las presentaciones de Celia, Estefan, Marc, Selena, Big Papi, Bad Bunny… ya saben, el merequetengue. Fotos por aquí, frases por allá, el CI a todo lo que da. El poema de Benedetti, el haiku de Borges, cualquier cosa que fuera excusa para darle a la clase ese “toque hispano” o “latino”. Así me dijeron que debía hacerlo cuando empecé mi primera chamba en tierras del Tío Sam.
Recientemente, me invitaron a dar una plática en una escuela independiente, muy diferente a la mía. Me sorprendió un poco la invitación porque quizás no esperaban que, además de “celebrar”, también iba a cuestionar, reflexionar e indagar sobre mi propia identidad en estos días.
Esta experiencia tan maravillosa, tan chingona, me animó a escribirles este testimonio.
La mesa decorada de luces
Desde que llegué a los EE. UU. como un inmigrante de 23 años, mi primera exposición a la idea del “Mes de la Herencia” fue un choque. Nunca había considerado que los grupos racializados tuvieran asignados meses específicos para celebrar sus contribuciones, todo por decreto gubernamental. Fue entonces cuando empecé a notar la singularidad y exclusividad que rodea esta mesa: decorada con luces deslumbrantes, centrada en la atención mediática y poblada de comerciales en un español americanizado. Me surgió la pregunta: ¿cómo llegaron las identidades hispanas/latinas a ocupar ese espacio tan exclusivo?
Cuando era todo un chamaco, o chavo (porque ahora soy todo un chavorruco), crecí memorizando las fechas más importantes de la independencia de México. Me llenaba de orgullo vestirme como uno de esos ‘héroes que nos dieron patria’, como diría Miguel Hidalgo y Costilla, el famoso ‘Padre de la Patria’. Recuerdo cómo iba a la papelería cerca de mi escuela para comprar láminas con fotos y relatos de ‘gestas heróicas’, como la de Narciso Mendoza, el ‘niño artillero’, o la famosa Corregidora, Josefa Ortiz de Domínguez. Pero no fue hasta mucho tiempo después que comprendí que esos movimientos independentistas no eran lo que nos enseñaban. Más que una lucha por la libertad, fueron un pretexto para crear un nuevo imperio, uno donde las élites criollas siguieran gobernando.
Después de la consumación de la independencia en 1821, se ofreció la corona del nuevo Imperio Mexicano a un miembro de la casa de los Borbones. Al ser rechazada, Agustín de Iturbide fue nombrado emperador de México. Poco tiempo después, su imperio colapsó y se fundaron los ‘Estados Unidos Mexicanos’. Todo esto lo aprendí de los ‘libros de texto gratuitos’ y del constante bombardeo mediático. Sin embargo, al migrar a Estados Unidos, comencé a ver esta historia con otros ojos, dándome cuenta de que la ‘independencia’ fue, en gran medida, una excusa de las élites para continuar dominando a los grupos más marginalizados, aquellos que ocupaban los estratos más bajos en la escala del colorismo: las comunidades afrodescendientes e indígenas.
Este relato de la historia que heredé, y que repetí por años, es parte de un trauma intergeneracional. Uno que aún pesa sobre muchas comunidades racializadas en México y América Latina. Lo que se nos enseñaba como actos heroicos ocultaba las realidades de opresión y exclusión que han afectado, y siguen afectando, a quienes fueron ignorados o traicionados por esos movimientos ‘independentistas’. Al final, la independencia fue un espejismo para las élites, pero una continuidad de la opresión para las comunidades marginadas.”
El mito de la unión latina
Una de mis críticas constantes es que lo “latino”, en lugar de ser un símbolo de unión, parece resaltar las diferencias y estereotipos basados en los grupos inmigrantes, sin representar la diversidad y complejidad intercultural que caracteriza a las identidades presentes en sus países de origen. Desde mi llegada a los EE. UU., he sido testigo de cómo el perfilamiento racial crea puntos ciegos donde los sesgos implícitos complican aún más definir quién “parece” latino o qué elementos son esenciales para medir el “hispanómetro”.
Nacionalismos que dividen
Dentro de nuestra comunidad, uno de los debates más importantes en tiempos recientes ha sido el significado de ser “hispano” o “latino(a)(e)”. A lo largo de los años, he aprendido que los nacionalismos han jugado un papel importante en dividir a los migrantes en EE. UU., exacerbando tensiones y generando segregación entre ellos. Curiosamente, la lengua española, utilizada durante mucho tiempo como marcador de “hispanidad” o “latinidad”, también ha sido un arma de opresión contra las comunidades indígenas y afrodescendientes en varios países hispanohablantes, especialmente en México, con el concepto dañino de “La Raza Cósmica”.
Colonialismo en la identidad
Es importante recordar que tanto “hispanidad” como “latinidad” tienen raíces coloniales. “Hispano” fue un término acuñado por el gobierno estadounidense en los 70, mientras que “latino” fue promovido por la monarquía francesa para establecer su influencia en América Latina. Para mí, entender estos términos es clave para reflexionar sobre la influencia indígena y afrodescendiente en la construcción de estas identidades.
Transgresión lingüística
Otra de las críticas que suelo recibir como docente es el uso de la “x” y la “e” en Latinx/Latine. Algunos me acusan de “destruir” el español o de tener una agenda ideológica, pero para mí, esto es un acto de solidaridad. Recordemos que las lenguas indígenas como el náhuatl, maya o zapoteca no tenían género gramatical, y la imposición de ideas binarias vino con la colonización. Utilizar la “x” o la “e” es una forma de reivindicar la cosmovisión indígena y reconocer las identidades trans y no binarias.
Invitación a la reflexión
Con esto en mente, les invito a explorar los términos “hispanidad” y “latinidad” desde una perspectiva crítica, considerando las dimensiones de género e interseccionalidad. Les animo a escuchar con curiosidad las historias y testimonios de quienes abrazan estas identidades, y de quienes las cuestionan por sentir que no pertenecen, ya sea por no hablar español con fluidez, por su tono de piel o por no encajar en el “ideal” que estos grupos proyectan.
Como le dije a una chica en la escuela que visité recientemente, quien ama y quiere pertenecer a la comunidad latina, pero duda porque no sabe hablar español: Eres suficiente. You are enough.